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Across a Hundred Mountains

Best in textbook rentals since 2012!

ISBN-10: 1416544747

ISBN-13: 9781416544746

Edition: 2007

Authors: Reyna Grande

List price: $17.00
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"A trave s de cien montan as" es un relato asombroso y conmovedor de migracio n, pe rdida y hallazgo; de co mo dos mujeres -- una nacida en Me xico y la otra en los Estados Unidos -- encuentran que sus vidas coinciden de la manera ma s improbable. Luego de una tragedia que la separa de su madre, Juana Garci a abandona su pueblo en Me xico para encontrar a su padre que habi a dejado casa y familia dos an os antes para buscar trabajo en los Estados Unidos. Sin dinero y necesitada de que alguien la ayudara a cruzar la frontera, Juana conoce a Adelina Va squez, una joven que dejo a su familia en California para seguir a su amante a Me xico. Al encontrarse en circunstancias desesperadas --…    
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Book details

List price: $17.00
Copyright year: 2007
Publisher: Atria Books
Publication date: 5/15/2007
Binding: Paperback
Pages: 272
Size: 5.31" wide x 8.25" long x 0.80" tall
Weight: 0.550

Reyna Grande is an award-winning novelist and memoirist. She has received an American Book Award, the El Premio Aztl�n Literary Award, and the Latino Book Award. Her second novel, Dancing with Butterflies, received critical acclaim. In 2012, she was a finalist for the prestigious National Book Critics Circle Awards for her memoir The Distance Between Us. Her works have been published internationally in countries such as Norway and South Korea.

Adelina
-- �sa es la tumba de tu padre -- repiti� el viejo, en una voz casi inaudible. Hab�a permanecido silencioso durante la mayor parte del cruce. Cuando ten�a que hablar, lo hac�a calla-damente, como si ese lugar fuera tan sagrado como una iglesia.
La frontera estadounidense.
Adelina mir� el mont�n grande de piedras que �l estaba se�alando. El viejo ten�a que estar equivocado. Su padre no estaba debajo de esas piedras. No pod�a estarlo.
Adelina se limpi� el sudor de la frente con el dorso de la mano. Luego se puso la mano como un visor para proteger sus ojos del brillo del sol. Dio unos pasos hacia adelante hasta quedar bajo la sombra de la pe�a que se elevaba sobre ellos y el mont�n de piedras.
�Ser�a posible que su padre estuviera enterrado ah�?
A Adelina se le hizo un nudo en la garganta. Ten�a la boca seca, y tragar saliva le lastimaba la garganta, como si estuviera comi�ndose una tuna con todo y espinas. Sinti� que las l�grimas le quemaban los ojos y r�pidamente se los sec�.
-- No es demasiado tarde para darnos la vuelta y devolvernos -- dijo el viejo --. Tal vez ser�a lo mejor.
Adelina respir� profundamente, luego volte� a mirar los arbustos y matorrales esparcidos a su alrededor. La tierra parec�a no tener fin. Les hab�a tomado casi todo el d�a en llegar aqu�. Esta vez no hab�an sido descubiertos por la migra.
Adelina volte� a mirar al viejo. Ten�a que haber sido un buen coyote en sus viejos tiempos cuando era joven y �gil. Aun ahora, a sus sesenta a�os, con un ojo ciego y una rodilla lastimada, hab�a logrado traerla hasta aqu�, escapando de los ojos vigilantes de la migra en este su segundo intento.
-- Ya nos podemos ir de regreso -- dijo el viejo otra vez --. Ya has visto su tumba, espero le baste con esto.
Adelina neg� con la cabeza y empez� a caminar hacia las piedras.
-- Yo no vine a mirar una tumba. -- Se quit� la mochila que tra�a en su espalda y agreg� --: Yo vine a encontrar a mi padre y me lo llevar� conmigo, aunque tenga que cargar sus huesos en mi espalda.
El viejo la mir� con sorpresa. Adelina no le mir� el ojo caf�, el ojo bueno. Le mir� el izquierdo, que estaba cubierto con un parche azul. Hab�a descubierto que �sta era la �nica manera de hacer que el viejo desviara la mirada. El viejo volte� a mirar las piedras y no dijo nada.
Pero Adelina sab�a lo que �l estaba pensando. Ella le hab�a mentido. No le hab�a dicho que estaba planeando desenterrar el cuerpo y, si en verdad era su padre, se lo llevar�a. �l no la habr�a tra�do si ella le hubiera dicho eso.
Adelina se agach� y empez� a levantar las piedras una por una. �Tantas piedras encima de �l! �Tanto peso que aguantar! Quiz� cuando las piedras desaparecieran, quiz� cuando �l estuviera libre, ella tambi�n lo estar�a.
-- Puede que ni sea �l -- dijo el viejo agarr�ndole el brazo para evitar que quitara m�s piedras.
-- Lo tengo que saber -- dijo Adelina --. Por diecinueve a�os no he sabido qu� le pas� a mi padre. Usted no tiene idea lo que es vivir as�, sin saber. Hoy sabr� la verdad. Adelina jal� el brazo. El viejo la solt� y ella continu� levantando m�s piedras. El viejo se alej� de ella.
Adelina trat� de apurarse. Fue levant�ndolas una por una. Algunas piedras rodaron hacia abajo y le golpearon las rodillas. Ten�a los dedos lastimados y le empezaron a doler. Todav�a exist�a la posibilidad de que el viejo tuviera raz�n. Tal vez no era su padre. �Pero qu� ser�a peor, que lo fuera o que no lo fuera?
�Diecinueve a�os sin saberlo! Demasiados a�os pensando que �l las hab�a abandonado.
-- �Mira! -- grit� el viejo.
Adelina gir� la cabeza y vi� una nube de polvo ascendiendo en la distancia.
-- La migra -- dijo el viejo --. Tenemos que escondernos.
Adelina volte� a ver las piedras y con desesperaci�n empez� a tirarlas contra la pe�a. El sonido reson� contra el polvo acumulado. Ella ten�a que saber qui�n estaba enterrado all�. Ten�a que mirar por s� misma si en verdad era su padre.
-- �Qu� est�s haciendo? �Esc�ndete! -- El viejo r�pidamente se dirigi� hacia una grieta en la pe�a, pero Adelina continu� quitando las piedras y no se movi� de donde estaba.
-- D�jelos que vengan -- dijo Adelina --. Deje que la migra nos encuentre. Tal vez nos puedan ayudar a llevarnos de regreso los huesos de este hombre.
Adelina respir� con dificultad. R�pidamente quit� m�s piedras y desenterr� una peque�a cruz de metal. Se cubri� la boca con la mano para ahogar un grito. Mir� directamente al ojo cielo del viejo pero esta vez el no desvi� la mirada.
-- Es un rosario blanco con cuentas de coraz�n, �verdad? -- pregunt� el viejo.
Adelina asinti� con la cabeza y mir� la cruz mohosa, las cuentas blancas en forma de coraz�n, los huesos que alguna vez fueron una mano.
El viejo no hab�a mentido.
-- Estaba apretando el rosario bien fuerte cuando lo descubr� muerto, ah� donde est� ahorita -- dijo el viejo --. Parec�a que hab�a estado rezando hasta su muerte. Rezando, tal vez, por un milagro.
-- �Ese coyote hijo de puta lo dej� aqu� a que se muriera! -- grit� Adelina.
-- A tu padre lo mordi� una culebra. El coyote probablemente lo dej� aqu� pa' que la migra lo encontrara. Mira, ya vienen ahora.
Adelina se dio la vuelta y mir� un veh�culo blanco aproximarse. La migra hab�a llegado. Solo que llegaban diecinueve a�os tarde para salvar a su padre.
Copyright � 2006 por Reyna Grande
Traducci�n copyright � 2007 por Reyna Grande