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Sweet Scent of Death

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ISBN-10: 074329680X

ISBN-13: 9780743296809

Edition: 2007

Authors: Guillermo Arriaga, Alan Page

List price: $17.99
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Description:

Una man ana muy temprano, Ramo n descubre el cada ver de Adela en unos campos de avena cerca de Loma Grande. Ramo n apenas habi a visto a Adela en un par de ocasiones, pero en el mismo instante en el que el muchacho cubre con su camisa el cuerpo desnudo de la muerta, comienza a difundirse el rumor de que Adela era su novia. A partir de ese momento, los hechos se ira n desencadenando irremediablemente y Ramo n se vera obligado a vengar la muerte de la joven. Su corazo n es quien le obliga actuar, su corazo n y un pueblo entero que se convierte en el protagonista de la novela, en el creador de una ofensa y de una venganza inevitable. "Un dulce olor a muerte" es una novela fascinante en que la…    
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Book details

List price: $17.99
Copyright year: 2007
Publisher: Atria Books
Publication date: 4/3/2007
Binding: Paperback
Pages: 192
Size: 5.50" wide x 8.50" long x 0.50" tall
Weight: 0.462

Guillermo Arriaga es un escritor mexicano que ha alcanzado la fama mundial como guionista de la pel#237;cula Amores perros, de gran �xito internacional, y de las pel#237;culas 21 Gramos, Las tres muertes de Melquiades Estrada, y Babel. Arriaga es tambi�n el autor de las novelas: El B#250;falo de la noche y Escuadr#243;n guillotina.

Adela
Ram�n Casta�os sacud�a el polvo del mostrador cuando oy� a lo lejos un chillido penetrante. Aguz� el o�do y no escuch� m�s que el rumor de la ma�ana. Pens� que hab�a sido el gorjeo de una de las tantas chachalacas que andaban por el monte. Prosigui� con su tarea. Tom� un anaquel y se dispuso a limpiarlo. De nuevo brot� el grito, ahora cercano y claro. Y a este grito sobrevino otro y otro. Ram�n dej� el anaquel a un lado y de un brinco salt� la barra. Sali� a la puerta para averiguar qu� suced�a. Era domingo temprano y no encontr� a nadie, sin embargo los gritos se hicieron cada vez m�s fren�ticos y continuos. Camin� hacia la mitad de la calle y a la distancia vio venir a tres ni�os que corr�an vociferando:
-- Una muerta... una muerta...
Ram�n avanz� hacia ellos. Ataj� a uno mientras los otros dos se perd�an por entre el caser�o.
-- �Qu� pas�? -- le pregunt�.
-- La mataron..., la mataron... -- bram� el ni�o.
-- �A qui�n? �D�nde?
Sin mediar palabra, el chiquillo arranc� hacia la misma direcci�n por la cual hab�a llegado. Ram�n lo sigui�. Corrieron a lo largo de la vereda que conduc�a al r�o hasta que toparon con un sorgal.
-- �Ah�! -- exclam� sobresaltado el ni�o, y con su �ndice se�al� una de las orillas de la parcela.
Entre los surcos yac�a el cad�ver. Ram�n se apro xim� lentamente, con el coraz�n tirone�ndolo a cada paso. La mujer estaba desnuda, tirada de cara al cielo sobre un charco de sangre. Apenas la mir� y ya no pudo qui tarle los ojos de encima. A sus diecis�is a�os hab�a so�ado varias veces contemplar una mujer desnuda, pero jam�s imagin� encontr�rsela as�. Con m�s asombro que lujuria recorri� con la mirada la piel suave e inm�vil: era un cuerpo joven. Con los brazos estirados hacia atr�s y una de sus piernas ligeramente doblada, la mujer parec�a pedir un abrazo final. La imagen lo sobrecogi�. Trag� saliva y respir� hondo. Percibi� el dulce aroma de un barato perfume floral. Tuvo ganas de darle la mano a la mujer, de levantarla y decirle que terminara con la mentira de que estaba muerta. Ella sigui� desnuda y quieta. Ram�n se quit� la camisa -- su camisa de domingo -- y la cubri� lo mejor que pudo. Al acercarse pudo reconocerla: era Adela y la hab�an apu�alado por la espalda.
Guiados por los otros ni�os lleg� un tropel de curiosos. Aparecieron por la vereda armando esc�ndalo hasta casi tropezarse con el cad�ver. El espect�culo de la muerte los hizo callar en seco. En silencio circundaron el lugar. Algunos escudri�aron furtivamente a la muerta. Ram�n se percat� de que el cuerpo a�n mostraba su desnudez. Con las manos cort� ca�as de sorgo y tap� las partes descu biertas. Los dem�s lo observaron extra�ados, como intrusos irrumpiendo en un rito privado.
Un hombre gordo y canoso se abri� paso. Era Justino T�llez, delegado ejidal de Loma Grande. Se detuvo un instante sin atreverse a traspasar el c�rculo que ro deaba a Ram�n y a la muerta. Le hubiera gustado quedarse al margen, como uno m�s de la muchedumbre. Sin embargo, �l era la autoridad y como tal tuvo que intervenir. Escupi� en el suelo, se adelant� tres zancadas y cruz� unas palabras con Ram�n que nadie escuch�. Se arrodill� junto al cuerpo y levant� la camisa para mirarle el rostro.
El delegado examin� el cad�ver durante largo rato. Al terminar lo cubri� de nuevo y se incorpor� con dificultad. Chasque� la lengua, sac� un paliacate del bolsillo de su pantal�n y se limpi� el sudor que resbalaba por su cara.
-- Traigan una carreta -- orden� --, hay que llevarla al pueblo. Nadie se movi�. Al no ver cumplida su orden Justino T�llez escrut� los diversos rostros que lo observaban y se detuvo en el de Pascual Ortega, un muchacho flaco, desgarbado y patizambo.
-- �ndale Pascual, vete por la carreta de tu abuelo. Como si lo hubieran despertado s�bitamente, Pascual mir� primero el cad�ver y luego al delegado, gir� su cabeza y sali� corriendo rumbo a Loma Grande.
Justino y Ram�n quedaron frente a frente sin decirse nada. Entre susurros algunos curiosos preguntaron:
-- �Qui�n es la muerta?
Nadie sab�a en realidad qui�n era, no obstante una voz an�nima sentenci�:
-- La novia de Ram�n Casta�os.
Un zumbido de murmullos se alz� unos segundos; al cesar se impuso un denso silencio s�lo roto por el espor�dico chirriar de las chicharras. El sol empez� a hornear el aire. Un vaho caliente y h�medo se desprendi� de la tierra. No sopl� ni una brisa, nada que refrescara a aquella carne inerte.
-- Tiene poco de haber sido acuchillada -- asegur� Justino en voz baja -- todav�a no se pone tiesa ni se la han comido las hormigas.
Ram�n lo mir� desconcertado. T�llez prosigui� en voz a�n m�s baja:
-- No hace ni dos horas que la mataron.
Lleg� Pascual con la carreta y la estacion� lo m�s cerca posible de la v�ctima. La gente se apart� y se mantuvo expectante largo rato hasta que Ram�n meti� decidido los brazos por debajo del cad�ver y de un impulso la carg� en vilo. Sin quererlo, una de sus manos tent� la herida pegajosa y, azorado, la retir� con brusquedad. La camisa y las ca�as resbalaron y la mujer volvi� a quedar desnuda. De nuevo, miradas morbosas fisgonearon la piel expuesta. Ram�n trat� de resguardar el endeble pudor de Adela: dio medio giro y de espaldas sorte� los surcos. Los dem�s retrocedieron para darle paso sin que nadie tratara de ayudarlo. Trastabillante se apro-xim� hasta la carreta y con suavidad deposit� el cuerpo exang�e sobre la batea. Pascual le extendi� una manta para cubrirla.
Justino se acerc�, supervis� que todo estuviera bien y decret�:
-- Ll�vatela Pascual.
El muchacho mont� en el pescante y arre� las mulas. Avanz� la carreta dando tumbos, balance�ndose el cad�ver encima de las tablas. La multitud los sigui�. Entre los que iban en la columna f�nebre se confirm� el rumor: mataron a la novia de Ram�n Casta�os.
Justino y Ram�n se quedaron inm�viles mirando partir el cortejo. Estremecido a�n por el roce con la carne tibia, Ram�n sinti� que sus venas se encend�an. A�or� el peso que reci�n hab�a cargado: sent�a haberse desprendido de algo que le pertenec�a de siempre. Mir� sus brazos: hab�an quedado veteados por tenues manchas de sangre. Cerr� los ojos. De s�bito brot� en �l un vertiginoso deseo por correr tras Adela y abrazarla. La idea lo turb�. Crey� desvanecerse.
La voz de Justino lo despabil�:
-- Ram�n -- lo llam�.
Abri� los ojos. El cielo era azul, sin nubes. Las matas de sorgo, rojizas, a punto de cosecharse. Y la muerte era el recuerdo de una mujer en sus brazos.
Justino se inclin� y recogi� la camisa, que hab�a quedado botada en el suelo. Se la entreg� a Ram�n, quien la tom� maquinalmente. Tambi�n la camisa se hab�a pintado de rojo. Ram�n no se la puso: se la anud� al cinto.
El delegado camin� hacia �l, se detuvo y se rasc� la cabeza.
-- Te confieso algo -- dijo --, no tengo ni fregada idea de qui�n era la muerta.
Ram�n suspir� levemente. Se pod�a decir que �l tampoco lo sab�a. Apenas la hab�a visto unas cinco o seis veces, las mismas en que se hab�a aparecido por su tienda a comprar mandado. Como le hab�a gustado mucho -- era alta y de ojos claros -- pregunt� por su nombre. Juan Carrera se lo dijo: Adela. S�lo eso sab�a de ella, pero ahora que la hab�a tenido junto a s�, tan desnuda y tan cerca, se le hizo conocerla de toda la vida.
-- Adela -- mascull� Ram�n --, se llamaba Adela.
El delegado frunci� el ce�o: el nombre no le dec�a nada.
-- Adela -- repiti� Ram�n como si el Adela se pronunciara solo.
-- Adela �qu�? -- inquiri� Justino.
Ram�n se encogi� de hombros. El delegado baj� la vista y explor� en torno al sitio donde anteriormente se hallaba el cuerpo y que ahora ocupaba una gran mancha de sangre. Entre los terrones endurecidos y agrietados se percib�an tenuemente algunas pisadas. Justino las rastre�: se adentraban hacia el sembrado y se perd�an rumbo al r�o. Se agach� y las midi� con cuartas de su mano. Una de las huellas midi� una cuarta: la de Adela. Otra una cuarta y tres dedos: la del asesino. Las pisadas de ella correspond�an a pies descalzos, las de �l a bota vaquera con tac�n alto.
Justino tom� aire y resolvi�:
-- El que la mat� no era ni largo ni chaparro, ni gordo ni flaco, �verdad?
Ram�n asinti� casi involuntariamente: no lo hab�a escuchado. Justino removi� un poco de tierra con el zapato y continu�:
-- La mataron con un cuchillo grande y filoso porque le partieron el coraz�n con una sola pu�alada.
Ojeo el lugar en busca del arma. No la encontr� y prosigui�:
-- Cay� boca abajo, pero el asesino la volte� para verle la cara y as� la dej�... como a media palabra.
Una bandada de palomas de ala blanca pas� volando por arriba de ellos. Justino las sigui� con la mirada hasta que se perdieron en el horizonte.
-- Era una muerta muy joven -- dijo en un tono que parec�a s�lo para s� --, �por qu� carajos la habr�n asesinado?
Ram�n no tuvo �nimo ni siquiera para voltear a verlo. Justino T�llez escupi� en el suelo, lo cogi� del brazo y ech� a andar con �l por el sendero.
Copyright � 1994 por Guillermo Arriaga